- Poesías para una madre

-Poesías para una madre

Como no, una madre es única para bien y para mal, no reemplazable, querida y no comprendida en muchos momentos, marcadora de vida desde que estás en su vientre.

Ni madre, bilbaina orgullosa de serlo, una mujer de su tiempo, condicionada por la época en que nació, por la religión, por su madre, por la dictadura, por la sociedad, por ......... por ella misma.

Trabajadora incansable, sacó a siete hijos adelante como pudo en sus primeros años.

Siete, uno detrás de otro, como si no existiera el mañana, como si era su obligación, como mandaba la Santa Madre Iglesia y como ella no hubiera querido, cada año o dos años y medio, un hijo más al que atender, criar, cuidar y educar.

Campeona de jotas vascas junto a sus siete hermanas (una amiga la decía que parecía que tenía palomas en los pies), todo chicas, conoció a mi padre en las juventudes cristianas, se enamoró y se casó, dejando de bailar y dedicándose a coser, que era el oficio que hacía desde los 14 años.
A partir de ahí fuimos viniendo los hijos y entre tantas anécdotas, decir que para acunar a la noche a la mayor cuando lloraba, ataba una cuerda al pedal de la máquina de coser para que se meciera la cuna y su hija la dejara coser para sacar un sueldito extra para mejorar la economía familiar.

Yo la recuerdo haciendo de todo en casa, desde ponernos a ayudarla a empapelar la casa de veraneo, a pintar los barrotes del balcón, colocar un enchufe, desatascar un w.c., colocar un colgador, arreglar una lámpara... en fin, mujer para todo y para todos.

Sus últimos años no fueron fáciles, al igual que los primeros y los de en medio, por lo que yo creo que no fue feliz en su vida y con su vida, algo que quedaba reflejado en su eterna insatisfacción que la hacía actuar como que nada de lo que hacíamos era suficiente, actitud que cuando fui pasando de la niñez a la adolescencia no entendía y que ahora comprendo.

Todo el cariño que no pudo y no supo demostrarnos cuando éramos pequeños, nos lo dio con creces en sus últimos años en los que una enfermedad degenerativa la acabó postrando en una silla de ruedas y quitando el habla, además de obligarla (no se si la enfermedad, su marido o sus hijos) a acabar, junto a mi padre, en una residencia para que pudiera estar en teoría, mejor atendida que en casa (como añoraba su casa, uno de sus grandes sueños, volver a vivir en Begoña junto al gran amor de su vida, su marido).

La solía llevar a ver a la Virgen de Unbe, era gran devota de ella y siempre que íbamos, la pedía que la pusiera mejor y que la devolviera el habla. La mojaba los pies en el pozo, cogíamos agua para poder darse en las manos en su habitación y rezábamos en la capilla.
Yo la bromeaba y la decía que la Virgen estaba muy ocupada, que tenía lista de espera, que eran muchos los que la pedían cosas y no daba a basto.
Otras veces la decía que hablara directamente con su jefe, que es Dios, que siempre que hay intermediarios, se retrasan las cosas.
Otra que ya había hablado mucho y había gastado las horas de voz que tenía, que de tanto mandarnos y chillarnos a los siete hijos cuando éramos pequeños, la había gastado antes de tiempo.

A veces me viene la nostalgia de esos momentos, aún sabiendo que no estando, es donde mejor está.

La última vez que la llevé, la dije que parecía ser que la voz no se la podía devolver la Virgen, que por alguna razón que no sabíamos tenía que estar callada, que mejor la pidiera  que hiciera lo mejor para ella, que lo dejara en sus manos... unos 10 días después falleció mientras dormía y por fin descansó.

Casi dos años antes, cuando murió mi padre, solía hablar con ella de él, me quedo con el orgullo de que me decía que la daba paz y tranquilidad hablar conmigo.
Pasaba del amor al resentimiento de un momento a otro, le quería tanto que no podía perdonarle lo sola que en muchas ocasiones se había sentido, lo amaba tanto que no lo demostraba, cuantas veces viendo las fotos de su boda decía que había sido el día más feliz de su vida.
Pese a que lo machacaba, su marido fue su gran amor, se enamoró y hasta que la muerte los separó.

Mi papel con ella en los últimos años era el de la que se ocupaba de la distracción, el entretenimiento.

La verdad el que poco más hacía por ella que depilarla, limpiarla las gafas, darla cremas en las piernas, hacerla los pies, pasearla por sus Siete Calles del alma (nació y vivió en la calle Jardines) y comprarla un helado, llevarla a La Pérgola del parque de Doña Casilda a ver a los Cinco Bilbainos cantar en fiestas de Bilbao.
Dar vueltas empujando su silla por los jardines de la residencia hablándola de cuantas rosas más había, de los árboles, de anécdotas de cuando éramos pequeños, intentar entenderla cuando ya era casi imposible porque en la primera sílaba, su hilo de voz se apagaba.
En los últimos meses prefería que me quedara en la habitación con ella para intentar escuchar lo que me quería decir y poder llevar una mínima conversación, les decía a mis hermanos que yo si la entendía, cuando a ellos les resultaba complicado saber que quería decir.

También intentaba explicarla lo que ni yo misma me explicaba, que era porqué no podía volver a su casa más,... debí hacer algo más al respecto, pero no lo hice, no lo digo con culpa, si con tristeza, porque se que eso la hubiera hecho feliz los últimos años de su vida.
Siete hijos y ninguno de los siete nos la llevamos a nuestra casa o a la suya.
Echaremos la responsabilidad de ello a estos tiempos que corren, a así es la vida, a no se podía hacer otra cosa, a estaba mucho mejor atendida en la residencia, a ...

Para ella y por ella nacieron estas poesías.

Blanca pálida sombra

En estos días

Enorme ola (dedicada a otra madre )


Nueve dos (dedicada a otra madre )



Tapas (dedicada a otra madre )
 
Tal como habías pedido

Sus manos

En la madurez de la vida (dedicada a otra madre )





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